LEON ANEL Y SIN
El hijo de VICENTA
SIN Y CORONAS
La Gaceta de Sanidad
Militar
PERIÓDICO CIENTÍFICO
Y OFICIAL DEL CUERPO DE SANIDAD DEL EJÉRCITO ESPAÑOL
TOMO II – 1876
APUNTES BIOGRAFICOS
(pag. 131)
Acerca del Excmo. Sr. Dr. D. León Anel y Sin
Caballero
Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica, Comendador y cuatro
veces condecorado con la cruz de Caballero de dicha Orden; dos veces benemérito
de la patria y distinguido con mención honorifica; con las cruces de
Mendigorria, de Bilbao, de Irún y de Tales; con la medalla de África; con la
cruz de Epidemias; Socio corresponsal de la Academia provincial de Ciencias y
Letras de las Islas Baleares; Socio adicto del Instituto Médico Valenciano;
Inspector retirado del Cuerpo de Sanidad militar, y Director que fue de Sanidad
en el Ejército de África.
FALLECIDO EN MADRID
EN 17 DE ENERO DE 1876.
Triste es ver
desaparecer de entre nosotros una á una, y llegar al término fatal de su
existencia, á tantas notabilidades, á tantas ilustraciones como la muerte cada
día, y en no interrumpida sucesión arrebata; tantas celebridades como las
letras, las ciencias y las armas pierden, y con pena nuestra desaparecen casi á
nuestra vista, dejándonos sólo la memoria de sus virtudes, los adelantamientos
debidos á sus trabajos y á sus talentos. el recuerdo de sus glorias
inmarcesibles, y acaso una enseñanza en sus errores, que corregimos, o en sus
extravíos, que procuramos evitar. Con frecuencia la sociedad no ha escaseado á
unos las alabanzas y las consideraciones, á otros las gracias, halagos y
recompensas durante su vida, á muchas lucrativas ventajas, y á no pocos
trasmisibles honores y distinciones que ilustran á sus descendientes. Hasta á
sus biógrafos y encomiadores se extiende entonces una cierta aureola de gloria,
que si bien ya no puede recompensar al que dejó de existir, es todavía un
impulso protector que rodea a sus amigos y admiradores.
No es tan
halagüeña la tarea del biógrafo cuando consigna los hechos de un amigo querido
tan ilustrado como modesto, de un compañero tan estudioso como valiente,
decidido y lleno de abnegación, tan ajeno a la ambición de goces y de oropeles,
como rico en sentimientos humanitarios y en noble y patriótica emulación. Tales
y tan tristes son las reflexiones que nos inspira el reciente fallecimiento del
Excmo. Sr. Dr. D. León Anel y Sin, Inspector que fué del Cuerpo de Sanidad
militar, ocurrido en 17 de Enero último en su tranquilo retiro, y en la serena
calma que es compañera inseparable de los extremos momentos del hombre de bien;
porque en estos apuntes intentamos bosquejar una breve noticia de la vida y
envidiables cualidades de nuestro compañero y amigo, de su carrera literaria y
profesional, de sus particulares estudios científicos, de sus servicios en el
ejército, de sus entusiastas esfuerzos para los progresos en la organización
del de medicina militar y para vencer los obstáculos que á tan elevadas miras se
oponían. Justo es, empero, conservar la memoria de un jefe, que con tanta
abnegación consagró su vida al rígido cumplimiento de sus deberes, y dejó a su
familia acaso poco más que una conducta intachable que admirar, y á nosotros,
compañeros y contemporáneos, un manantial fecundo de inolvidables recuerdos.
Nació D. León
Anel y Sin en Candasnos, pequeña población de la actual provincia de Huesca, y
no lejana de la ciudad de Fraga, el día 19 de Febrero de 1804. Su padre, D.
Gregorio Anel y Gómez, Licenciado en Medicina, falleció un año después, en
1805, en el día en que setenta años después debía su hijo llegar al término de
la vida que empezaba entonces á gozar. Su madre, Doña Vicenta Sin y Coronas,
fue natural de la villa de Estadilla, provincia ahora de Huesca, contrajo
matrimonio en Candasnos, vivió en el mismo pueblo después de viuda, y en el fallecía en 1834.
Siendo D. León
Anel el menor de los seis hijos que tuvieron sus padres, de los cuales sólo
tres sobrevivieron á ambos, permaneció, recibiendo oportunamente educación y la
enseñanza de primeras letras, en el pueblo de su nacimiento, en tanto que el
mayor, llevado del impulso que arrastró á la guerra á todos los jóvenes en
principios de este siglo, consagraba su vida al servicio militar, y siguió en
él hasta que, después de la guerra civil dinástica, retirado en Pamplona, como
Comandante de infantería, murió en dicha ciudad en 1833. Su madre tuvo el
sentimiento de que muriese en Barcelona en 1821,víctima de la fiebre amarilla,
su segundo hijo D. Marcos, cuando llegaba al término de su carrera
médico-quirúrgica. Una hija, Doña Antonia, la sobrevivió, casada y
permaneciendo en el mismo pueblo de su nacimiento.
Decidido Anel
á seguir en toda la extensión y todo el desarrollo que ya obtenía, la profesión
que había ejercido su padre, empezó a hacer los estudios preliminares
necesarios á toda carrera científica, y hallándose ya en edad conveniente,
emprendió en Zaragoza el de humanidades, que entonces comprendía lo que se
denominaba latinidad, y abrazaba la análisis comparativa con el griego, así
como retórica y poética, siendo su maestro el Padre Fray Joaquín Cabeza, que
dirigía estos estudios en el Real Convento de Predicadores de la capital de
Aragón. Seguidamente se matriculó en el colegio de San Agustín de la misma
ciudad, estudiando y ganando los tres cursos completos de Filosofía, según el
plan de enseñanza de entonces, siendo catedrático de las partes que ésta
comprendía, y hoy se hallan en diferentes agrupaciones de asignaturas, el
lector en sagrada Teología y en Filosofía, Fr. Félix Torá. No creemos inútil dar
á la historia estos modestos nombres, que debieran no estar olvidados.
Pero como ya
entonces estos estudios dejaban mucho que desear á los que se consagraban á las
ciencias físicas y naturales, y no podían satisfacer los deseos del joven Anel,
se propuso completarlos en Barcelona; así, si bien se matriculó en el Real
Colegio declarado más adelante de Medicina y Cirugía, ganando los cursos
correspondientes a los siete años, que luego completaron por la última reforma
de 1827 la carrera profesional médico-quirúrgica, se esmeró con todo celo en
perfeccionar los estudios anteriores, ganando á la vez en 1826 el curso de
Agricultura y Botánica en el jardín botánico de la Real Junta de Comercio del
principado de Cataluña, bajo la dirección de Dr. D Juan Francisco de Bahi; en
el siguiente de 1897, ganó el de Físico-Química en el Real Colegio de S.
Victoriano de dicha capital, explicado y demostrado por el Dr. D. José Antonio
Barcells: y en 1828 uno de Historia Natural en el mismo Real Colegio, explicado
por el Dr. D. Mateo Plandiure.
No le
distrajeron estos varios estudios de los fundamentales y propios de su carrera,
supuesto que en todas las asignaturas de ella obtuvo la nota de sobresaliente,
que entonces era tanto más difícil de adquirir y conservar, cuanto el examen de
cada año llevaba consigo, según la organización y régimen de los colegios,
nuevo examen y la rectificación de las censuras obtenidas en los años anteriores.
Además, se graduó de Bachiller en Filosofía, o en Artes, según la denominación
aceptada, y según entonces se hacía; y al terminar los estudios de Cirugía
médica en 1826, hizo oposición al premio de la medalla de oro, obteniendo tres
votos para el primer lugar, contra cuatro que obtuvo otro más afortunado contrincante,
y la unanimidad para el segundo lugar. También, según la reglamentación de
entonces, adquirió el grado de Bachiller en Cirugía médica, y en 1827,
conformándose con el nuevo arreglo de la Facultad, el de Bachiller en Medicina.
En 1828 obtuvo en el propio Real Colegio el grado de Licenciado en Medicina y
Cirugía. Dedicado entonces á la práctica de su profesión, la ejerció como
Médico titular por cerca de dos años en el pueblo de su naturaleza, al que le
ligaba el afecto á su querida madre, que aún vivía, y á otros parientes: pero,
sin embargo, ardía en deseos de dedicarse á una práctica más extensa, en que
pudiera dar rienda á su grande actividad y á su decidida afición á la medicina
militar.
Ocasión
favorable a sus deseos le presentó la organización dada en 1829 al Cuerpo de
Médico-Cirujanos del Ejército, retardada por causas, cuya referencia no es de
este lugar, hasta fin del año siguiente, en que aquellas cesaren. Así, tomó
parte en Barcelona en las oposiciones, que siendo simultaneas en otras
capitales, dieron por resultado la primera promoción de la inolvidable pleyada
de Médicos-Cirujanos jóvenes, que tan brillantes servicios habían de prestar en
la guerra civil que ya se temía, y en la que varios de ellos habían de ser y
fueron sangrientas víctimas de su deber, o de su lealtad. Obtenido su primer
destino militar (en 22 de Febrero de 1832) y trasladado sucesivamente del
regimiento Infantería de Gerona al de Bailén, y de éste al primer batallón del
primero citado, recorrió en el propio año la escala de tercero á segundo y
primer profesor, con cuyo empleo efectivo pasó desde luego al ejército del
Norte, al que dicho regimiento fue destinado desde el llamado de observación de
Portugal.
Entre otros
sacrificios que ya había exigido de Anel la vida militar, fue el más sensible a
sus afecciones su separación de su esposa, según exigía la agitada vida de
campaña. Se había enlazado en Barcelona en 1830 con Doña Francisca Malet y
Simón, natural de la villa de Camprodon en Cataluña, de la actual provincia de
Gerona, que tierna compañera le acompañaba hasta entonces, y que sumisa se
resignó á esperar en modesto retiro el éxito de aquella guerra tan obstinada,
cuando aún lloraba la temprana muerte del primer fruto de su matrimonio.
Superior, empero, á las contrariedades de la suerte, no era su carácter menos
firme que el de su esposo, para el que nada había superior al rígido
cumplimiento de su deber. Era entonces Anel un joven entusiasta, y se proponía
llevar sus auxilios á las filas y socorrer a los heridos. como lusco lo
verificó, sin cuidar de su propia vida.
Seria trabajo
ímprobo, y ajeno de estos apuntes, describir todos los servicios que el
profesor Anel prestó en aquella malhadada pelea, en que, como en todas las
civiles, se malgastaba un valor que variamente las pasiones aquilataban, como
en tales casos sucede; ni seria breve detallar sus afanes, ya recogiendo y
curando los heridos en las mismas líneas, como entonces atrevidamente se
practicaba, ya organizando hospitales de ambulancia, ya montando enfermerías
provisionales, ya, en fin, iniciando mejoras en varios ramos sanitarios.
Constan en su brillante hoja de servicios cerca de sesenta acciones á que en
aquella guerra civil asistió, tanto en el ejército del Norte como en el del
Centro desde 1839, contándose entre ellas algunas gran- des batallas, levantamientos
de sitios, reconquistas de plazas, sorpresas, etc. Pero si tantas veces expuso
su vida por salvar las de los heridos, y aun tuvo la gloria de serlo él mismo
en tan humanitario arrojo, no por ello descuidó el especial estudio de la
organización de este servicio y de las mejoras de que era susceptible el
material de ambulancias, improvisado en su mayor parte. Este material distaba
mucho entonces de la perfección que como material ligero ha adquirido después,
y su adaptación y uso debieron el primero y más trascendental impulso al primer
ayudante Anel: porque recogiendo los rudimentarios gérmenes que existían, supo
hacer que fructificasen y se perfeccionaran, así como la institución misma que
hoy se ostenta lozana, pero no más que ya el en sus juveniles entusiasmos la
imaginara, según hemos de indicar. Urgía ante todo rehacer, dar complemento al
servicio de levantar, conducir y retirar los heridos del campo de batalla, y
sus esfuerzos para este objeto no fueron inútiles. La plana menor facultativa,
que así se llamaba, se componía provisionalmente en aquellas y en otras
posteriores campañas de practicantes que se reclutaban entre los cirujanos
civiles, o entre los estudiantes más o menos adelantados en las escuelas
médicas, o ya amaestrados en los hospitales, tanto civiles como militares. Esto
no constituía una verdadera organización, y faltaba en ella un número bien
adiestrado de camilleros. El Jefe de Cirugía del Ejército, cuyo servicio
sanitario, a pretexto de resarcimientos o de políticas exigencias, se
encontraba recientemente en un fatal dualismo facultativo, después que había ya
logrado con infatigable constancia acopiar grandes recursos, comprendió la
necesidad de dar perfección al material sanitario y sobre todo a los medios de
retirar los heridos en un país tan accidentado. A aquel ilustre y veterano
jefe, Dr. D. Pedro Viela, se debió una primera reforma, que convirtió las
imperfectas camillas de la legión argelina que se usaban, en verdaderas camas
portátiles, con sólo la adición de improvisados travesaños de madera con un aro
de hierro en cada extremo: pero la perfección de esta camilla rudimentaria se
debió más adelante á Anel, bien que asociado a otros compañeros. Pocos saben ya
—¡tal es el olvido que persigue á los hombres útiles, tanto como modestos! -
que por consecuencia de vivas instancias del primer ayudante Anel, y su
constancia en exponer al General en Jefe la urgencia de proveer a la mejora de
la camilla y de su servicio, haciéndose eco de la necesidad sentida por sus
compañeros (1). dicho General nombró una comisión (2), presidida por D. León
Anel, para que propusiese un modelo de camillas, y decretó la formación de
compañías o secciones sanitarias. El presidente de esta comisión fue el
verdadero inventor de la que se llamó, y conserva su nombre, ya histórico,
parihuela manual de campaña. En estos utilísimos y fecundos trabajos ocupó Anel
los pocos momentos de descanso que las activas operaciones de la División á que
pertenecía (5.ª del Ejército del Norte) pudieron permitirle: y poseemos el
borrador en que los consignó, precioso autógrafo, que debimos á su amistad, y
contiene las enmiendas que fue sufriendo, siendo acaso por esto mismo más
curioso que el corregido que presentó á la Autoridad militar citada con fecha
28 de mayo del expresado año en Hernani (3). En las mismas correcciones á que
sometía este escrito, se estudian los inconvenientes que evitaba y las
perfecciones que añadía; la exposición es severa, concisa, sin que nada sea
ocioso: por su mano están trazados, corregidos y sujetos a escala los primeros
dibujos de las camillas, y de cada una de sus partes componentes: y son dignos
de atención los detalles para el personal, que sólo fue entonces de camilleros,
distribuidos por secciones en cada batallón, que conducían lo necesario para
armar las camillas y trasladar á los heridos, con una minuciosa instrucción
para todo esto. Conservamos dicho autógrafo como un histórico recuerdo y como
indeleble punto de partida, por más que sea de muy pocos conocido, para las
sucesivas y laudables mejoras obtenidas después.
Pero no
bastaban estos trabajos á la incansable actividad de Anel: habiéndole hecho ver
la experiencia que quedaba insuficiente la organización del Cuerpo de Sanidad
militar, aun después de la debida al decreto orgánico de 30 de Enero de 1836,
se dedicó a estudiar con otros compañeros, igualmente entusiastas, una nueva
organización, y su empeño llegó hasta formularla en un reglamento que, con
fecha en San Sebastián a 2 de Marzo de 1838, fue elevado á la alta
consideración de S. M. la Reina Gobernadora, con las bases de una institución
enteramente militar, que comprendía desde Director general hasta soldados de
Batallones sanitarios (4). Así, á Anel corresponde en España la iniciativa
en formar un Cuerpo de Sanidad completamente especial, y que fuese a la vez un
plantel de jóvenes médicos, educados para el servicio del propio instituto.
Lástima es, y un gran vacío en la historia de nuestra medicina militar, que
estos trabajos, que en un tiempo tuvieron cierta publicidad, se hallen hoy
solamente, si bien cuidadosamente conservados, ocultos entre los preciados
papeles de algún raro contemporáneo. También conservamos autógrafos los
dictámenes y escritos que precedieron a su redacción.
Estos afanosos
estudios no estorbaron al primer Ayudante Anel seguir sin interrupción su
servicio, como lo prueban las gracias y distinciones que obtuvo por ellos. Ya
antes había sido declarado en dos ocasiones benemérito de la patria, y obtenido
cuatro veces la cruz de Caballero de Isabel la Católica: obtenía también
la cruz laureada de distinción de la batalla de Mendigorria, y la general
concedida a los que libertaron á Bilbao de su tercer sitio. Después, y
habiendo sido herido en fines de Octubre de 1837, mientras socorría á los
heridos en Urnieta, obtuvo los honores de Viceconsultor. Habiéndose
ocupado activamente en combatir el tifus que hacía estragos en San Sebastián,
así como el escorbuto, escribió en 1838 una memoria sobre estas epidemias, por
la que mereció los elogios del Subinspector de Medicina de los Ejércitos del
Norte. Sería prolijo enumerar los combates á que asistió y la asiduidad con que
atendió a los hospitales: asimismo, tanto durante la epidemia del cólera en
1834, como la del tifus en Bilbao en 1836, asistió á cuantos paisanos pobres
reclamaron su auxilio, por lo que fue más adelante distinguido con la especial
cruz de Epidemias.
En el Ejército
del Centro, al cual fue destinado a mediados de 1839, preparó en Teruel,
comisionado para ello, y aprovechando las forzosas detenciones á que obligó al
Ejército el crudo temporal de nieves que precedió y acompañó a la entrada del
año de 1840, un abundante surtido de objetos de curación de heridos, y
numerosas cajas de ambulancias, tanto para las divisionarias y de brigadas,
como también para los regimientos, reponiendo los que aún se llamaban
botiquines de éstos, como de los cuarteles generales. Suya fue la traza y forma
de aquellas cajas, acaso las más á propósito para ser trasportadas por tan
fragosos senderos, y utilizadas sin detener la marcha: su conveniencia entonces
fue incontestable, dadas aquellas circunstancias. A su próvida iniciativa se
debieron también las amplias tiendas-hospitales, que estrenadas en el sitio del
fuerte de Aliaga, fueron utilizadas en el resto de la campaña.
Al concluirse
aquella porfiada lucha, el primer Ayudante Anel, que ostentaba varias
distinciones, y era ya Consultor supernumerario, pudo tener la satisfacción de
reunirse con su esposa, que le aguardaba en Barcelona: luego siguió
desempeñando sus activos destinos, hasta que le correspondió pasar a ser Jefe
de Sanidad militar de distrito, y lo fue sucesivamente en el de las Baleares,
en las Provincias Vascongadas, en Castilla la Nueva, en la Capitanía general de
Andalucía, y segunda vez en la Nueva Castilla. No perdió, sin embargo, las
coyunturas que estas traslaciones le ofrecieron para completar su carrera, para
ponerse en contacto con sociedades literarias, y para dar libre curso á su afán
por el servicio y perfeccionar en su alcance, cuanto le pertenecía. Ya había
merecido ser nombrado socio corresponsal del Instituto -Médico Español en fin
de 1840, cuando aprovechando hallarse destinado en Madrid, se graduó de doctor
académico en Medicina y Cirugía en la Universidad Central, honor que
ambicionaba, y que los servicios militares le habían impedido adquirir, hasta
que solemnemente fue investido en 25 de Junio de 1846. Más adelante, en 1848,
la Academia provincial de Ciencias y Letras de las islas Baleares, donde se
hallaba, le nombró socio residente de la misma, nombramiento que siguió luego
conservando como corresponsal; y en 1860, el Instituto Médico Valenciano,
incansable cultivador de las ciencias médicas, le nombró su socio adicto.
Entre tanto,
precedido por los honores y graduaciones de empleos superiores al de su
colocación en la escala de antigüedad, y siendo ya Subinspector de primera
clase en el cuerpo de Sanidad militar, obtuvo por elección, en 29 de Noviembre
de 1858, el empleo de Inspector con destino á la Junta Superior Facultativa: en
esta era entonces muy útil su experiencia en el servicio de hospitales y de
ambulancias, cuyo material debió bien pronto restaurarse. Esta su especial
idoneidad pudo demostrarse luego; porque decidida la guerra contra el imperio
marroquí en 1859, y elegido, conforme a su categoría, para jefe de Sanidad del
Ejército que se destinaba á África, fue favorablemente acogido por el Jefe de
dicho Ejército, que era el propio Ministro de la Guerra, Teniente general D.
Leopoldo O'Donnell, Conde de Lucena, cerca del cual, y en angustiosas circunstancias,
había ya servido en la guerra civil. Logró, pues, que se le facilitase
numeroso, experto y brillante personal médico y farmacéutico, abundante
material de ambulancias, surtido de medios de conducción, de tiendas-hospitales
y de alojamiento, y de objetos para curación, aumentados luego de un modo casi
fabuloso por los donativos que á porfía allegaban las familias pudientes y las
clases todas de la sociedad, entusiasmadas por la guerra más popular que España
emprendiera después de la colosal de principios del siglo.
Grande firmeza
de ánimo era necesaria, cuando el cólera diezmaba cruelmente nuestro Ejército,
más aún que el implacable enemigo, para montar extensos socorros médicos en una
plaza tan reducida como Ceuta; pero no se desmintió allí el valor decidido del
Director de aquel servicio. Un golpe fortuito, recibido en un pie, en la acción
de 30 de Noviembre, y un ataque del cólera reinante, lo retuvieron en Ceuta, y
en cama, hasta que en 15 de Enero de 1860, trasladándose por mar al fuerte
Martin, pudo incorporarse al Cuartel general: pero en Ceuta misma, unas veces
desde su lecho de enfermo, otras marchando apoyado en una muletilla o bastón,
logró, activamente secundado por los jefes y oficiales que tenía á sus órdenes,
montar hospitales suficientes para tanta urgencia. Así, en todo el mes de Enero
llegaron a contarse diez hospitales, en otros tantos diferentes locales, con el
principal o propiamente militar, llamado allí Hospital Real, otro flotante para
convalecientes del cólera en un bergantín anclado en el puerto, y además cuatro
grandes vapores, que convertidos en buques-hospitales, recibían heridos y á
veces enfermos, y los transportaban á los del litoral, en la península. Una
voluntad de hierro sostenía á Anel, muy quebrantado de salud, y no bien
repuesto de sus padecimientos en Ceuta, en medio de los cuales contestaba con
energía á los que le aconsejaban descanso: “ni un solo dia estoy de baja,
“ y así era, en efecto. Todo lo vigilaba, dirigía y remediaba; montaba á
caballo y acudía á recorrer las ambulancias durante los combates, a guiar las
conducciones á los embarques, a determinar los que debían permanecer en África,
á activar los auxilios de todas clases: y, sin embargo, trabajaba
incesantemente en la oficina de su Dirección, y recogía, coordinaba, y corregía
por sí mismo cuanto pudiera conducir a llevar a cabo la minuciosa estadística
de enfermos y heridos, de su asistencia y evacuación á España. Se complacía en
ver el buen éxito que las secciones sanitarias organizadas bajo su dirección
desde la guerra civil presentaban en ésta, en la cual ningún herido dejó de
retirarse y ser socorrido lo más inmediatamente posible, y comprobaba con la
fruición de quien ha hecho una cosa útil, la aplicación de la camilla, llamada
ya entonces camilla Anel, que desde 1847 se había dedicado á
perfeccionar y presentado al fin en 1859 al Director general del Cuerpo, que la
aprobó, y fue el modelo de todas las destinadas á las ambulancias. Construida
esta camilla a imitación de la inventada para el Ejército del Norte, la había perfeccionado
con esmero, resultando más trasportable, armada con más prontitud y solidez, y
disminuido su peso. La camilla Anel ha sido después ventajosamente modificada,
hasta el punto de que la que actualmente se usa es acaso la que mejores
condiciones reúne entre las demás de los ejércitos de Europa: pero aquella.
conservando el nombre de su autor, obtiene honroso lugar entre los varios
modelos que enriquecen el Parque sanitario militar de Madrid, y es un justo tributo
pagado a los escuerzos de su inventor.
No bastando
las tiendas de ambulancia para los hospitales de inmediatos socorros,
procuró Anel y logró la formación de bien entendidos barracones, que fueron de
grande utilidad; y luego que las tropas entraron en Tetuán, también estableció
allí hospitales, que estuvieron asistidos por suficiente personal facultativo,
y merecieron la esmerada inspección y vigilante atención del Director de su
servicio.
Terminada
aquella guerra, y viniendo á Madrid con el Ejército victorioso, volvió a ocupar
su puesto, como Inspector, en la Junta Superior Facultativa de Sanidad militar
el Excmo. Sr. D. León Anel, que por premio de sus servicios en África recibió
de manos de S. M. la Reina la distinción de la Gran Cruz de Isabel la Católica:
desempeñó las delicadas comisiones de su destino, presidiendo repetidas veces
el tribunal para las oposiciones de aspirantes á entrada en el Cuerpo, y en
alguna ocasión actuó como juez en las de Cátedras, sin que más se desmintiese
su incansable actividad.
Llegada en fin
la edad reglamentaria para cesar en el servicio activo, obtuvo su retiro en 18
de Abril de 1866: satisfecho con su brillante historia, empezó entonces á
disfrutar tranquilo de los goces que proporciona una familia dedicada a hacerle
llevaderos sus obligados ocios, o más bien los cuidados que da á un padre
cariñoso el porvenir de los que con su nombre, han de continuar sus
tradiciones. Entre sus más preciadas satisfacciones fue una la de ver concluida
la carrera del único varón que lleva su apellido, y que establecido
ventajosamente, obtenía ya un distinguido puesto en la enseñanza.
Empero toda la
vigorosa resistencia de nuestro amigo y compañero no fue enteramente superior a
la terrible impresión que le produje la muerte de su esposa, ocurrida en 1874
repentinamente, cuando todo hacía esperar alguna tregua en sus largos
padecimientos. Quedábanle en su compañía tres cariñosas hijas, y más tarde,
alejado su hijo D. Federico Anel y Malet con su familia del país vascongado, de
su residencia, por la agitación de la guerra, ha tenido también el consuelo de
cerrar los ojos al querido y respetado padre, que atacado de un catarro pulmonal
que al principio parecía superable, fue seguido de un derrame seroso cerebral,
que le permitió extinguirse en suave y tranquilo descenso, rodeado de cuanto
amaba, y dejando un grato recuerdo de su sencilla y honrada vida, de su
abnegación en el cumplimiento de sus deberes y de una modestia poco común en
esta época de propias exhibiciones.
Era el Excmo.
Sr. D. León Anel enemigo de ostentar lo que valía, y hasta parecía ignorarlo él
mismo. Sus escritos, en que dominaba un juicio severo y una intención recta,
apenas son conocidos más que de sus amigos, y sólo imprimió alguna inaugural de
las Academias médico-militares que presidió: todos, como escritos médicos,
estaban impregnados de una tendencia práctica y de una prudencia tal, que no
excluían las diferentes apreciaciones de los demás. Sólo era enérgico en
reclamar el bien del herido o enfermo, o en exponer la manera de conseguirlo.
Su espíritu se hallaba marcado en la exposición que promovió y redactó en 1838,
impresa aquel año en San Sebastian. Trabajaba en silencio en modificar sus
procederes operatorios y en adaptar á ellos los instrumentos, sin que hiciese
de ello mérito. ¿Quién sabe hoy que modificó ventajosamente la pinza de
Belloc para servirse de ella en la ligadura de vasos profundos? ¿ Quién
que ideó un botón herniario para suplir los bragueros elásticos? ¿Quién que
inventó una pinza de pasador con espátula, de la que se servía para ligar
arterias? ¿Quién su constante preocupación por las curas tardías, por las
evacuaciones de pus sin el contacto del aire, y el achicamiento de las
superficies privadas de piel ? Este exceso de modestia es la única cualidad
que, por no ser útil, podría reprenderse en el jefe que hemos procurado reseñar
en estos apuntes.
Meros
narradores nosotros de los hechos más culminantes y de los servicios más
conocidos del Doctor Anel, creemos ser imparciales, y no encomiadores; que nos
complacemos en hacer justicia al mérito, tanto como repugna á nuestros
sentimientos toda tendencia apasionada: y mucho nos satisface rendir justo
homenaje ante la tumba del que fue nuestro compañero en días de prueba y de
sacrificio.
(1) Exposición de 11 de Enero de
1837.
(2) En 28 de Febrero de 1837.
(3) La aprobación fue inmediata.
(4) Extractamos de él las
siguientes bases: - 1.ª Que el Cuerpo llenase todos los extremos que abraza el
servicio de Sanidad del Ejército. – 2.ª Proporcionar en todos tiempos un número
más que suficiente de los Profesores más instruidos, para honor de la Nación y
utilidad del Estado. -3.ª Regularizar y mejorar el ramo de cuenta y razón, con
conveniente economía. — 4.ª Que las mejoras, lejos de aumentar gastos, los
disminuyesen. -5.ª Conciliar los intereses nacionales con los individuales,
atendido el personal que existía entonces.
JOSE
M. SANTUCHO.
Informacion correspondiente a :
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