ENTRE
LOS JIBAROS DE ECUADOR
En los
albores de las primitivas misiones entre los shuaras, descolló por mérito y
virtud, este gran hombre de cuerpo y alma. Entró en la Congregación ya mayor
como hoy se estila. Había sido antes sacerdote y párroco en Barcelona. Fue
testigo de los desmanes de la Semana Trágica, que llegaron también a quemar las
Escuelas Populares de Rocafort. A raíz de estos eventos pidió ir a Misiones.
Los
Superiores, necesitando un hombre de calidad y de experiencia, lo enviaron al
Vicariato de Méndez del Ecuador, en calidad de Pro-Vicario Apostólico. El
primer Vicario, Don Santiago Costamagna, consagrado Obispo el 23 de mayo de
1895, no pudo entrar en su jurisdicción por prohibición tajante del gobierno
ecuatoriano.
El P. Matías, como buen catalán que era (era estadillano, y así se ha demostrado), estudió con detenimiento su situación, y arregló su pasaporte en calidad de viajante, con nombre fingido y sin hacer constar su identidad sacerdotal. Por consiguiente, entró de paisano y, apenas pudo, se lanzó a la aventura de conquistar para Cristo las almas de los aborígenes del Oriente Ecuatoriano, los famosos shuaras.
Trabajó
en Méndez, Gualaquiza, Cuenca, El Pan y Macas. En todas partes dejó huellas de
su saber y de su trabajo silencioso, pero eficaz. En Cuenca se hizo cargo de la
«Alianza Obrera», sociedad de los trabajadores del Ecuador. Defendió sus
derechos contra vientos y mareas, solucionó sus problemas e hizo de la Alianza
una verdadera familia. Para instrucción religiosa de las familias creó la revista
«El granito de arena» que penetró en todos los hogares haciendo mucho bien. En
El Pan, cita obligada de los misioneros en camino hacia el Oriente, recibía con
los brazos abiertos a todos los que por allí pasaban. Les daba buenos y sabios
consejos, apoyado en la experiencia de los años de misión y les atendía hasta
en los más mínimos detalles. En 1928, ya anciano, realizó un viaje a Macas. Fue
cómo la «despedida» a las Misiones. Salió enfermo y el 21 de agosto de 1930
volaba al cielo. Murió como había vivido, es decir: Como Sacerdote. Y del
sacerdote decía San Juan María Vianney: «Lo que es el sacerdote no se conocerá
jamás en la tierra; sólo lo conoceremos en el cielo. Porque, si lo conociéramos
en este mundo, moriríamos no de temor, sino de amor». Del Padre Matías
podemos decir lo que se dijo de San Juan Bosco: «No dio un paso, no pronunció
una palabra, no emprendió empresa alguna que no mirase a la salvación de la
juventud. Realmente, no se preocupó más que de las almas». (D. Rúa, Cir.
29-1-1896)
Información
integra de revista Hornaguera num. 242 publicada en diciembre de 1980