miércoles, 7 de septiembre de 2022



EL CID CAMPEADOR POR BERNABE ROMEO

Bernabe Romeo, quiso recuperar la fantástica imagen del casi olvidado El Cid Campeador, escribiéndola en cuatro capítulos y publicandolo allí donde lo pudiera leer muchas personas y lo hizo de nuevo en el Diario del Alto Aragon en el verano de 1894. Solo a Bernabé Romeo se le ocurriaria escribirla de esta manera.

CAPITULO I



La figura histórica más humana del mundo que llamamos de la Edad Antigua y también ¡cosa rara! de la que llamamos Edad Media, figura ya casi desaparecida de nuestras crónicas y anales, ya casi por completo olvidada por nosotros los peninsulares sus más inmediatos descendientes, ya solo vislumbrada lejos, muy lejos y en el fondo de una fantástica leyenda vendrá al cabo de los siglos á reaparecer en todo su grandor, de cuerpo entero, con toda su esplendidez, quizás con su ajuaja o navaja en mano para redimir y remodelar nuevas civilizaciones y seguir ocupando su áureo trono en el templo de aquella gloria que sostienen muros infranqueables.

Dicen veraces libros, que teníamos á la vista, en nuestros idiomas puros, que habíamos olvidado aprender á descifrar, que en un pueblo de situación topográfica muy accidentada, en cuyo término y jurisdicción era y es temerario el cabalgar, nació el Cid, de un guerrero á quien nombraban el Campeador y de una madre que llamóse Mandana; mujer, si arisca, como una roca, y si dulce, como una bresca; mujer pura como las arenas de cuarzo que funden muy altas calorías en potente crisol para producir el diáfano cristal que en todo emula al diamante; mujer fresca y hermosa como linfa que gotea del techo en esplugas ó espeluncas filtrantes de blandas nieves.

Aquel pueblo cuajado de villas ó centinelas obedientes del Campeador y a quien le tributaban por derecho abolorio, de conquista y de dama que llamóse Persis, y por incremento declinativo también Pérsido y Pérsida, hoy se llama, en los mapas, Monte Perdido, que es frase huera, sino filase alterada, ó porque de aquella monarquía no resten más que guijarros, como esqueletos raídos por los aluviones, ó como piedras de afilarse las uñas y los picos acerados las águilas altaneras.








Su abuelo materno llamóse Astuago ó Sastágo y Santiago y otras aproximaciones, del mismo modo qua nuestros rurales llamaban al general O Donnell, Liopoldo, Diospoldo, Repoldo y con otros nombres variados y más y menos vecinos del suyo, era también rey y señor dé otra puebla capital de muchas villas que le eran tributarias y á cuya suma de fundos antes y hoy llamamos reino y nacionalidad y se hallaba situada á pocas leguas de Persis. Este abuelo del Cid resulta que fué según lo más seguro, un hombre de gran fortaleza y de gran templanza para regir hacia humano progreso, como señor de señores y juez de pecheros, á un pueblo ya civilizado.

La infancia y la primara niñez del Cid la adivinarán, con exactitud infalible, no más aquellos que al leerla hayan gozado la beata primavera de la ida en lugares de corta población, sitos á igual distancia del báratro y del cielo, ambos vehículos que prodigan el agua fertilizadora: abajo el azul obscuro que tiñe y susbtantiza la fronda; arriba el azul vaporoso é irizado que matiza y perfuma la flor; abajo el lecho donde dormita el amansado torrente después de sus bravuras y arrojos al despeñarse por las cascadas; arriba el pastor que acopla su ganado y le vigila de asechanzas del lobo traidor y con el caramillo da al viento los tangos regionales que conciertan la obra de Dios y las glorias del hombre; abajo la ciencia, arriba el arte; la verdad política que es la verdad histórica en el justo medio, donde se apetece la paz y reside la maldita guerra, que lo mismo irradia á las crestas inacesibles que á las simas insondables sus perturbaciones y extragos.

Sabido es que en esta condición de viviendas más que en otras, hasta el déspota de los infiernos libra de continuados peligros de muerte á los niños vigorosos, porque aún no son materia combustible para el hornaz dé las eternas llamas é inacabables torturas, y que á excepción de algún vapuleo del tirano domine ó domador y de algún martirio de la feroz madre, si sabe amar y en silencio educa (son las menos) ejecutando las órdenes paternales, lo demás queda reducido a la contemplación de incesantes jugueteos en la materia inerte y en la materia viva, que a cada minuto siembran en el cerebro infantil un germen de virtud y otro de vicio, que brotarán cuando asome la razón y tomarán inmenso porte cuando les cultiven en tropel los vaivenes de la tortuna, para luego finir en polvo y anonadamiento al dar el agrio ó el dulce y sazonado fruto.

CAPITULO II



Que el Cid sabía leer y escribir, es cosa fuera de toda duda; pero con cuánta animosidad apenas racional se le adivina en sus primeros años...! Niño aun, lo llevó la amorosa madre á que le conociera el cariñoso abuelo, y una vez en la puebla del venerado padre de Mandana, descubriéronse en el Cid, como en un salvaje, los contornos de las alas del genio, al súbito mirar hacia una civilización que le era desconocida, y causan asombro sus diálogos con el simpático vejete. Ei placer que ocasionan las lecturas de los códices en la exposición de estos detalles, solo podrán disfrutarla ahora y después, los sinceros montañeses que aun habitan las altas crestas venerandas y están bien impregnados de que los antiguos historiadores de nuestra patria, reflejan en mil lenguajes, con indecible fidelidad, tradiciones que han llegado hasta nuestros días, en lo referente á usos, leyes y costumbres de nuestros abuelos. Tal vez al mismo Aztuago, y a la vista del robusto nieto se le ocurriera el motejarle de mulo, como aun por allí estila el mote, y fue con suma propiedad, porque entonces y aun ahora, eso quiere decir «fuerza indomable» y los semiasnos, o mulos que procedían del cruce de asno de Persis con yegua de Mediano, eran los tenidos en mayor estima por su incomparable resistencia, y eso fue el Cid, probado con cien hércules y guantes guerreros de sus días, y á pesar de que libró tantas y tan tremendas batallas, en la acepción antigua de esta voz, logró lo que no lograra ningún parecido mortal, antes ni después de él, (qué vivió otro Cid), que fue el terminar sus días y vida en edad provecta, casi sin enfermedad, con la inteligencia clara, rodeado de su familia y seres más queridos, llorado por todos los señores de la tierra y por todos los súbditos de los reyes y señores vencedores y vencidos, puesto que á estos ya les tenía aplacados y hasta sus prisioneros se juzgaban como libres, porque sus ataduras eran cadenas de amor; y así obtuvo el renombre de padre de la humanidad. Todos los deseos de la madre del Cid para regresar con el hijo á Persis fracasaron ante las razones del nieto y del abuelo, para que le dejase allí y regresara sola al lugar de su esposo el Campeador, y así tuvo que ser, con la seguridad de que el Cid aprovecharía los medios de educarse que el abuelo gustoso la procuraría, y tal fue, que cuando el añoramiento hirió el corazón del niño por no ver á sus padres ni poder alternar con sus compañeros de la infancia, íbales á ostentar, sin alarde, los progresos de su cultura, cosa que en aquella edad satisface a un santo orgullo, pues que los amiguitos la admiraban y también la reían el que se lavara más amenudo, cuidaba de no ajar sus ropas, comiese con relativa limpieza, y hablase con no acostumbrada urbanidad y finura.

Pocos años después y cuando ya al imberbe Cid había impreso en su alma muchas ternezas y en su celebro no pocos dichos del valeroso y prudente Aztuago, falleció esté santo varón, heredándole reino y virtudes su hijo Cuajar ó Cajal, héroe también legendario para los Zuritas de nuestros reinos antiguos peninsulares, cuya historia han trastornado como la del padre y la del sobrino; pero cuyas páginas distan mucho de estar borrosas más que para aquellos que aprendieron á leerlas de espaldas á la fe, que ya es la luz eléctrica, cuando la luz del sol traspone nuestro cielo y queda demostrando que para el genio ya no habrá noche, si es que la hubo hasta hace poco; porque fai ó fe dijo y dice luz.

Una de las victorias del ya afamado Cid contra un tal Aztuago, no fué contra su abuelito como hay cronistas que así lo leyeron, sino que fue otro omónimo, señor de villa tributaria del Campeador, que levantó bandera en favor del ambicioso Arnero ó Ansurez rey de Ansó, Babul y Siresa. Este Ansurez tenía hechos basileyos ó vasallos suyos al de Arbe, Urguel y Barrón y pensaba en que se debilitase las fuerzas invadiendo las eznas ó haciendas del padre y del Zeío ó tío del Cid, no le sería dificultoso el extender sus dominios y entronizarse rey y señor de muy extensos territorios. A este objeto convocó el vano Ansurez á sus mejores guerreros y al opulento y fortísimo Crois ó Ruiz de Azagra, leído también Rodigo y Cruz y Creso y también convocó al señor de Lydon que usó un león en su escudo, y al de Campa y al de Pablos, Insa y Fruga ó Peraruga y al de Garós y al de Cillas y convencióles con su arrebatadora elocuencia, de lo útil que sería á todos ellos el que se unieran bajo su bandera para atacar á Cajal y al Campeador.

Ansurez ya paladeaba en su boca hecha almibaración ó ambrosia los goces que la habría de proporcionar el seguro éxito de sus extratégioas combinaciones, y contaba la participación que daría á cada uno de sus auxiliares, con los dedos da las manos; pero... no contó con el currín...!

El currín es en Aragón el dedo meñique, y el avasallador Ansurez ignoraba que el Cid antes de cumplir sus diez y seis edades ya tenía en su jaula algunos leones aquietados y á punto de domesticar y que cazó con su exclusiva fuerza y con su exclusiva industria en los reinos del padre y del tío.

El rey de Mediano comprendió su difícil situación y lo peligrosa que sería la resistencia en frente de tantos juramentados contra su persona y contra su antiguo poderío y pidió á su cuñado el Campeador le mandase toda la gente disponible para unirla con la suya, y aunque el Cid no tenía aun los años requeridos para ser tenido por efebe ó en juventud para sostener lucha personal como frecuentemente ocurría en aquellas más que en estas guerras, también le rogaba que los andres ú hombres de guerra que le enviase lo fueran á las órdenes del sobrino Cid. Flaca debió ser la resistencia que el padre y más la madre del impúber opondrían á la súplica del tío, puesto que el Cid ordenó las huestes de su padre en un santiamén y obtuvo omnímoda autocrotía ó autoridad que le otorgaron los jaíos ó yayos y los mozos, en términos como no hay ejemplo en la historia



CAPITULO III

Dispuesto por el Cid el ejército para marchar al primer aviso, fue a conferenciar con Cajal sobre la clase, condición y numero de combatientes que en avalanchas ó falanges iban á cerrar contra sus personas y sus haciendas, y de todo cuanto el tío Cajal pudiera estar mejor enterado que el sobrino Cid.

Los coloquios del tío y del sobrino, en esta ocasión y en todas, y los diálogos del nieto y el abuelo, en años anteriores, forman en nuestra historia patria, las páginas del más delicado sabor regional que pudieron describi. el naturalismo suave y el clasicismo sublime que produjeran los mejores ingenios de todas las épocas: porque solo el ser absoluto es perfectísimo y sola la verdad es manjar que nutrirá el sano criterio, ese sano criterio del hombre que jamás digerirá las metafísicas o cábalas del más allá de lo que es, vive, se mueve, siente y piensa, porque caen fuera dé las leyes lógicas, fuera de las reglas del método, fuera de la pauta de la razón que se contenta con deducir que nuestro espíritu no muere, á pesar de los devotos de la falacia, que como generatriz seductora del cáncer social, engruesa las filas de Absalón, escudadas con tenebrosas argucias.

Las preguntas del Cid: las preguntas de Cajal; las respuestas de éste, las respuestas de aquél y las soluciones que daba a las dificultades que oponía el tío; casi triste ante las circunstancias, á pesar de ser uno de los guerreros más notables y más valientes de su época, acusan axiomas primordiales en el arte de pelear y de vencer. Nada importa que el ejército del enemigo sea diez veces mayor que el nuestro. No importa que todo el vecindario tuyo y todo el de mi padre el Campeador no sea igual al número de combatientes que ya se aprestan contra nosotros: yo cambiaré el orden de entrar nuestras collas ó quilladas en la polémica: yo iré delante con mis amigos los ellanos que siempre avanzan y con nuestros noveles que armaremos de macheta y tú irás, en seguida, con los más aguerridos que armaremos de, aspiéas ó aspilleras y navaja, para que arreen á los míos y rajen el corazón al que vuelva la cara, y... venceremos.

No hay para que relatar en este ligero é instantáneo esbozo el número de gavillas que reunieron á sus órdenes el Cid y Cajal para obstar el arrogante paso del orgulloso Ausurez y de cuantos con él militaban, ávidos de lograr botín en las basílicas o palacios del económico Campeador y del espléndido Cajal y ansiosos por repartirse sus productivas haciendas, a fin de obtener supremacía en aquel mundo que á dos por tres le invadía: un rio desbordado de felicidades.

El Cid era el estratego ó jefe, egemon, proedro ó Pedro de aquella jornada que había de abrirle fosa en las duras entrañas de aquellos peñascales ó se le habían de abrir las puertas de la gloria humana para entronizarse Deus ó Kyrie del mundo que la mirada alcanza á ver desde la Panticosa y dar reyes al resto de mundo que desde allí no se alcanza, para que en su nombre y con su sello se diese autenticidad á los códigos emanados de su dinastía hasta la consumación de los siglos

CAPITULO IV

Aragón, Navarra, Castillas, León, Galicia y cuantos antiguos reinos ó señoríos mencionan las geografías antiguas, y también las modernas, tomaron nombre y origen de las conquistas del Cid, luego que disipó las ilusorias pretensiones del arrogante Anzuréz, motejado de pies de nabo, vientre de codoñ ó de membrillo y cabeza de roca, ó sea Nabucodonosor; cuando ya reducido á sus acotadas tincas se apoderó el Cid con nobleza innenarrable del lujoso Ruiz ó Craso, vencido en Sardas, quien tenía innúmeras gentes, inmensas riquezas y hasta saludables consejos y todo este tesoro acrecentó la valía del conquistador en el orden moral y en el material, para que en adelante sus victorias fuesen como cosa hecha si destacara jefes á aquellos amigos en quienes se veían el don de orden y el don de mando, que apóstoles desparramados por aquel mundo arcáico cada momento le llevaran al dosel de su silla en nuevo reino, hasta ensartar en la hoja de su machete todas las chisteras, coronas, gorros, mitras qua se devanaban en las sienes de los monarcas que regían á los cuatro vientos y á los mares conocidos de las antiguas Europa, Asia y Libia, que no se parecían á las divisiones con las cuales hoy solemos estudiar el globo terráqueo física, política y astronómicante, con notorio falseamiento histórico.

Oibar ó Vibar. Gobryao ó Geserao, Adonsio ó Alonso, Ustap ó Buschas, Antabáz ó Altabás, Xenofán á Janovás fueron los principales guerreros del Cid, además de muchos otros que andan barajados por los pergaminos de nuestra historia patria, y á estos hizo el Cid señores, reyes, condes ó sea jefes con la variedad de nombres de títulos qué estilaban y aun estilan en las antiguas y modernas nacionalidades, y todos estos sustentaban al Cid en el señorío de todos los órbes, y aunque eran algunos centenares bastará con que aquí se mencionen los más próximos á las haciendas que el Cid heredó del Campeador y de Cajal, (por casamiento con la hija y prima) donde fijó su metrópoli y corte y fueron Mediano, Pérsis; Aragues ó Aragón; Castellar y Castiello ó ambas castillas con sus predios ó llanuras castulas y su emblema unos diques ó muros; Burgase leído Burgos; Lydon, leído León con su enseña de un león pintado; Navarri, leído Navarra; Arcusa, leído Zaragoza; Guillué, leído Galicia; Palantia, leído Valencia de Arén ó del Cid; Caria ó Casilla leído Carrión por su genitivo plural; Gurrea, leído Chipre ó Cupria; Baylon, leído Babilonia; Arbe, leído Arabia; Sobrarbe, leído baja ó alta Arabía; Ansó, leído Assiria; Surores, leído Sirias; y Siresa y Bergas y Cruz y Sahún y Toledo y Escalona y Ainsa, leído Aria;, y Laspnua, leído reinos de Lesbos; y Lizana, leído Lucania; y Naval, leído Napóles; y Jánovas, leído Genova; y Almunía, leído Almeria; y Bárcabo, leído Barcelona, y Santoréns ó Santarén, y para terminar lo interminable, toda la actual provincia de Huesca y toda la de Lérida, con sus miles de iglesias ó reinos; pues éste y no otro fue el mundo clásico con sus mares, hoy agotados, y la infinidad de ríos y villas que sirvieron de crisma para el bautismo de toda la geografía moderna y universal.

Ei número de jefes vencidos ó supeditados por el Cid, formaría igualmente extenso catálogo y como se añadan al poderoso Ruíz de Azagra y al altivo Ansurez, los valientes Armenión ó Armengol y Reomithres ó Ramírez, todo lo que falta llenar en este grandioso lienzo, aquí bosquejado, precisa deferirse al lector para que releyendo la Historia Universal de las que llamamos Edad Antigua y Media en los escritores clásicos viejos y en los refundidores modernos, como César Cantu y Modesto Lafuente, la contraiga toda, toda, toda á estas topografías y en ellas residencie á todos los personajes históricos anteriores y bien posteriores del Cid y verá cuanta delicia goza el pensamiento nacional, ávido de conocer la certeza en lo referente á nuestra Patria con honra porque el Cyd Campyador, pese á todo el mundo científico moderno, ni conoció otros horizontes que los aquí relatados, ni fue otro sino el mismísimo Cyro Cambyres.



Bernabé Romeo



Texto de la Hemeroteca del Diario del Alto Aragon
Imagen: Pepe Baron Hidalgo

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