ESTA EXPLICACION ESCRITA Y PUBLICADA POR VICENTE DE LA FUENTE EN 1885, ES LA MEJOR MANERA DE COMPRENDER CON QUE PROBLEMA SE ENCONTRO EL ARCHIVO HISTORICO-NACIONAL POR LA ACADEMIA DE HISTORIA ASI COMO LA FORMACION DE SUS ARCHIVEROS.
CON ESTE ARTICULO RECUPERADO, PRETENDO RECORDAR LO QUE SE PUBLICO Y RECORDAR EL CODICE ESCRITO POR DEL ESTADILLANO MANUEL ABAD LASIERRA
La América,
crónica hispano americana, 28 de abril de 1885
LA
CUESTION DE ARCHIVOS DE ESPAÑA
ARTICULO
VI
Formación
del Archivero histórico-nacional a consecuencia de la desaparición de los
archiveros eclesiásticos
Las
noticias consignadas en el artículo anterior nos llevan naturalmente a tratar
de la creación del Archivo histórico-nacional por la Academia de la Historia,
de sus antecedentes y resultados, y del sic vos non vobis a que ha venido a
parar, en menosprecio de esta.
Los
archivos monásticos incautados o saqueados en 1835, y los eclesiásticos
intervenidos u ocupados en 1842, seguían amontonados en las oficinas de
Hacienda en el estado más deplorable de suciedad, confusión y abandono que
decirse puede, y casi sin excepción alguna. Otros quedaron abandonados en los
rincones de los monasterios y conventos, sin que hubiese quien los recogiera, y
a merced del primer ocupante.
En
vano se formaron comisiones provinciales de monumentos. Las diputaciones
provinciales miraban á estas casi siempre con desprecio y ojeriza; apenas
querían señalar fondos para ellas en los presupuestos provinciales. Si los
señalaban, no los pagaban; y si los pagaban, no llegaban a manos de las
comisiones sino muy mermados, pues se gastaban en almuerzos y propinas,
mediante las célebres cuentas del Gran Capitán.
Para
solemnizar los días del gobernador se suponía la restauración de un cuadro que
no se restauraba; a veces se suponía que la comisión iba a visitar un monumento
histórico, y la visita se reducía a una gira 6 día de campo, en que se comían
entre los diputados y la comisión todos o gran parte de los fondos
presupuestados dos. Las excavaciones en busca de monumentos antiguos vinieron a
proporcionar tales filones, que fue preciso restringirlas y casi prohibirlas,
sin previa consulta y permiso de la Academia, pues se gastaban en ellas normes
cantidades, casi siempre inútilmente.
Este
abandono de bibliotecas y archivos, los robos a que dio lugar, las burlas,
reclamaciones y denuncias que se oían a cada paso, produjeron un clamoreo
general, y la Academia de la Historia se creyó en el caso de acudir al gobierno
para pedir remedio, cumpliendo en esto con los fines de su institución.
Era
por entonces director de la Academia el excelentísimo Sr. D. Luis López
Ballesteros, a quien debió esta cuatro años de gran prosperidad y bienandanza.
El respeto que su nombre inspiraba en las altas regiones del Estado y en las
oficinas, el celo y tino con que procuró dirigir a esta corporación, han hecho
su nombre de muy grato recuerdo para ella. Era también ministro de Hacienda el
Sr. Bravo Murillo, y director de fincas del Estado el señor conde de Canga
Argüelles.
Á
estas tres personas debe la nación el haber salvado los escasos restos de los
archivos monásticos, que han servido para formar el Archivo histórico-nacional,
con un número considerable de pergaminos importantes, resto de la multitud
perdida en los diez y seis años qué estuvieron en las oficinas de amortización.
Son
notables las palabras honrosas y comedidas de aquel director, que contrastan
con las del preámbulo del malhadado decreto de l.° de enero, por cuyo motivo
conviene copiar aquellas (1)
“Atendiendo
la Academia al estado de completo abandono (nótese bien) a que desde la
supresión de los regulares habían venido a parar los archivos de los monasterios,
concibió el pensamiento de salvar lo poco que respectivamente aún quedaba de
sus preciosos códices y manuscritos, reuniéndolos en un depósito, en donde, sin
confundirse su procedencia, formando índices circunstanciados y poniéndolos en
orden, sirviesen a los aficionados para adelantar sus estudios históricos. Era
en España tanto más sensible la pérdida de aquel rico tesoro, cuanto mayor
había sido el cuidado que los monjes habían tenido en formarlo, defendiendo del
furor de terribles invasiones todo lo más rico y estimable que la antigüedad
podía haber reunido.”
El Sr.
Ballesteros no acusaba a los monjes, antes bien, los elogiaba; ni los motejaba
de avaros y necios, antes bien, aplaudía su celo. De estas palabras citadas por
un sujeto eminente en un acto oficial y al frente de una corporación literaria
antigua, célebre y respetada en todos los países cultos, consta de un modo
irrecusable que la riqueza literaria ocupada por el Estado a los monasterios y
conventos, era ya casi nula en 1850, y que esa poca se hallaba en completo
abandono en poder del Estado. Esto lo sabía todo el mundo; pero conviene que
conste por medio de tan autorizada prueba, pues en la conspiración contra la
verdad que existe de un siglo a esta parte, sucede a veces que se nos niega lo
mismo que estamos viendo.
Habla
en seguida de lo que debió entonces la Academia al Sr. Bravo Murillo y a los
esfuerzos del director de fincas del Estado para preservar los restos de los
archivos monásticos de la completa ruina á que infaliblemente caminaban,
mediante los cuales se dio la real orden de 18 de agosto de 1850, mandando
entregar a la Academia los códices y pergaminos anteriores al siglo XVI.
“A
nuestros ruegos, añade, se dictó la real orden de 29 de octubre de 1850, por la
cual S. M. la Reina tuvo a bien autorizar a la dirección de fincas para que
aprobase los gastos que originara la traslación y colocación en nuestra
Academia de aquellos documentos desde los puntos en que se encontrasen.”
A
estas tres gestiones combinadas se debe la formacion del Archivo
histórico-nacional, que a fines de 1852 contaba ya con una dotación de treinta
y dos mil dos- cientos cuatro documentos, según el resumen que se publicó en la
página 90 del discurso citado.
Pero
hay otra cuarta persona a la cual se debió tanto o mas la reunión de esta
riqueza literaria. El Sr. D. Pascual Gayangos, bien conocido por su talento,
laboriosidad y vastos conocimientos filológicos, bibliográficos e históricos,
principió por ceder para dicho archivo cuarenta y siete documentos originales.
“Después de ofrecer esta prueba de deferencia a la corporación, dio principio a
las investigaciones, merced a las cuales se han recibido en la Biblioteca gran
número de pergaminos, códices y documentos manuscritos muy curiosos, que se
creían absolutamente perdidos (2).”
Lo que
dicho señor trabajó con este objeto, recorriendo gran parte de España, y
especialmente las provincias de Aragón, Rioja, Burgos, Galicia, Salamanca, León
y Valladolid, no cabe en los límites de este artículo, ni tampoco puedo hacer
uso de noticias confidenciales, que yo no debo publicar.
Citaré
solamente algunos hechos por vía de muestra, tanto por no comprometer a nadie,
como por ser públicos en la Academia y entre los bibliófilos de Madrid.
Uno de
los objetos rescatados por el Sr. Gayangos es un precioso códice de San Juan de
la Peña, que contiene un tratado de paleografía, escrito por el Sr. D. Manuel
Abad y la Sierra, con sesenta y ocho láminas, magníficamente dibujadas por D.
Francisco Javier Santiago Palomares, a todo coste y con gran lujo y exactitud.
Esta copia servía de asiento en Huesca a un empleado de poca estatura, a fin de
alcanzar mejor a escribir en la mesa, y el códice conserva aun no pocos
vestigios del bárbaro e innoble destino para que servía en las oficinas de
Hacienda en aquella provincia. Sin la diligencia del Sr. Gayangos hubiera
quizás ido en 1854 a la funesta hoguera, donde ardieron otros muchos, pues de
aquella provincia solamente se rescataron cinco mil seiscientos documentos,
debiendo haber venido de ella más de veinticuatro mil.
La
defraudación de los documentos compostelanos que no vinieron a la Academia de
la Historia, es otro de los sucesos mas públicos y deplorables que pueden
citarse, donde pudieran acumularse tantos otros, y es bien sabido aun fuera de
la Academia. El Sr. Gayangos, en cumplimiento de su comisión, había apartado
una multitud de pergaminos y documentos notables de los que estaban depositados
en el célebre monasterio de San Martin en aquella población. Viendo que los
documentos nunca llegaban a la Academia, se reclamaron varias veces a las
oficinas de la Coruña para que se remitieran. Por fin contestaron estas que el
arzobispo de Santiago se oponía a que se remitiesen.
Cada
uno pensará acerca de esto como guste, pues, a la verdad, ni se explica cómo se
opuso aquel señor, ni estaban mejor los documentos en poder de la Hacienda que
guardados por la Academia; y no es de presumir que las oficinas de la Coruña
estuvieran de parecer de entregarlas al Prelado. Es posible que todo ello fuera
un pretexto para encubrir lo que sucedió.
Ello
es que al poco tiempo muchas de aquellas escrituras se vendieron en Madrid, y
la Academia tuvo el disgusto de tener que rescatar a costa de sus fondos una
porción de aquellos documentos, que no le hubieran costado nada si las oficinas
hubieran cumplido con su deber remitiéndolos a Madrid.
En la
recolección de los documentos procedentes de los archivos de Salamanca, tuve el
gusto y el honor de acompañar y auxiliar al Sr. Gayangos. Las gestiones de la
Academia para que se remitiesen los muchísimos documentos allí guardados,
habían sido infructuosas hasta que llegó allí aquel señor.
En el
discurso del Sr. Ballesteros ya citado, aparece que la Academia había recibido
siete documentos relativos á los canónigos premostratenses de la Caridad en
Ciudad-Rodrigo. Pero ¿en dónde estaban los pertenecientes a los ricos y
célebres conventos de San Esteban, San Francisco, San Agustín y otros
celebérrimos conventos de aquella ciudad? ¿Dónde estaban, o están, los de aquel
célebre monasterio benedictino, que tenía muchos derechos señoriales? ¿Dónde
los de la Peña de Francia, cuyo prior era señor, en lo espiritual y temporal,
del coto redondo y cerro donde estaba el convento? La remisión de aquellos
siete documentos a la Academia era casi una burla.
He
aquí lo que sobre este punto me refirió un pobre cesante, a quien yo socorría
algunas veces, y que había estado empleado en un destino muy subalterno en
aquellas oficinas, y por ello se inferirá lo que allí pasaba.
Aunque
ya murió, y su relación a nadie podría comprometer, no diré sino dos o tres
cosas de las más inofensivas que por él supe.
Tenían
un dia opíparo ambigú el gobernador civil y la diputación provincial en la sala
que fue rectoral del colegio viejo de San Bartolomé. El almuerzo era quizás de
patria y á costa de economías hechas en el presupuesto provincial. Los pobres
subalternos, mal retribuidos y peor nutridos, no solían participar ni aun de
los relieves de aquellas economías.
Un
muchacho travieso, de los que suele haber en las oficinas, propuso a sus
famélicos compañeros tener también otro almuerzo de patria, cuya propuesta fue
acogida con silencioso entusiasmo. Las economías se hicieron en el archivo. El
narrador y otro compañero más fornido cogieron sendos legajos de papeles viejos
de los conventos, y dieron con ellos en una confitería o pastelería: arroba y
media pesaban los cuatro legajos, que, vendidos a veinte reales arroba, dieron
lo suficiente para dos botellas y algunas libras de pastelillos, bollos y una
empanada. Este procedimiento sencillo fue muy del agrado de los empleados
subalternos, que se dieron a repetirlo en tales términos, que los porteros,
advertidos de ello a pesar de las precauciones, se creyeron en el caso de
adoptarlo también por su parte, y el edificio se vio aligerado de no pocas
arrobas de papel inútil, hasta que el rumor público y algunas indiscreciones
vinieron a impedir la continuación de él, con harto sentimiento de los
estómagos agradecidos.
Afortunadamente
(para estos, por supuesto) se descubrió por entonces otro filón de mayor
potencia y mejor calidad. Un charro rico exigió que se le entregasen los
títulos de propiedad de unas tierras del convento de San Esteban, que había
comprado. Era elector, influyente, ministerial y en época de elecciones. El
gobernador exigió que se buscaran a todo trance los títulos de propiedad. Esto
era imposible, a pesar de lo que se había aligerado el archivo.
En
vano se hizo presente al gobernador esta imposibilidad; amenazó destituir;
exigió que trabajasen los subalternos dos horas o tres más de lo ordinario,
hasta encontrar la escritura. Pero ¿y si no había venido al archivo? ¿Y si
había ido a la pastelería? Entonces otro muchacho listo sacó a todos del apuro.
Halló una escritura, ilegible, de letra grifa, enlazada, enrevesada, de
aquellas cancillerescas del siglo XVII, que no sabían leer ni los mismos
escribanos que las escribían. Se le puso una cubierta de papel antiguo, y allí
se escribió la portada cual convenia, con las señas que se había dado.
El
charro fue rumbón, pues alargó hasta cinco pesetas la propina que dio a los
escribientes. En pos de él vinieron otros charros reclamando escrituras, y fue
preciso hacerles entender la gran fatiga que costaba hallarlas; que se
necesitaba tiempo; que se destrozaba mucho la ropa; que se echaba a perder la
vista con la mala letra, etc., etc.; de modo que no se buscaba ninguna
escritura menos de cinco a ocho duros, según las circunstancias.
El
negocio iba viento en popa; pero Patillas, que no duerme, hizo que uno de los
charros, algo receloso, asustado al ver la ilegible letra de la escritura que
se le acababa de entregar, la llevase a un clérigo llamado don José Cermeño,
excelente paleógrafo, y que arregló el archivo municipal hacia el año 1856.
Tiró el diablo de la manta, descubriese el pastel, y hubo disgustos con aquel
motivo, y se acabó la especulación. El archivo, con todo, siguió
desarregladísimo por muchos años, aquel estado tuvimos el disgusto de hallarlo
en 1855 el Sr. Gayangos y yo, no sin que los empleados de Hacienda opusiesen
inercia y resistencia para enseñarlo y cumplimentar la real orden.
No sé
hasta qué punto serian ciertas las revelaciones del pobre cesante: yo respondo
de que así se me refirieron; pero al ver el estado de suciedad, confusión y desorden
de aquellos papeles, puede creerse todo, y no extrañamos la resistencia de los
empleados. El Sr. Gayangos, siempre serio y lacónico en sus respuestas, se
contentó con decir secamente al gobernador, al oir las escusas de los
empleados, que el cumplía con dar parte a la Academia y al gobierno de que no
se le había facilitado el cumplimiento de la real orden. Gracias a este
conjuro, se nos abrieron las puertas de aquel almacén de papel viejo, nidera de
ratas, receptáculo de aguas pluviales, que, con la gran capa de polvo, formaba
por partes un espeso barro como en las calles. Aquello era el caos; y, a pesar
de eso, se nos exigió con mucha formalidad expresáramos compendiosamente el
contenido de los documentos que apartábamos. Por de contado tuvieron que pasar
por lo que dijimos. ¿Cómo habían de leer ellos ni un renglón en la mayor parte
de aquellos documentos? Yo logré que se me permitiera apartar una buena porción
de manuscritos curiosos para la biblioteca de la Universidad, entre ellos el
expediente de beatificación de San Juan de Sahagún. Pasé aviso al rector, y
este al ministro; pero a mi salida de Salamanca aún no se había logrado
contestación, ni orden para su entrega.
Aun
los mismos que habíamos apartado el Sr. Gayangos y yo en 1805, tardaron tres o
cuatro años en llegar al archivo de la Academia.
Algún
tiempo después se vio esta precisada a devolver al gobierno el Archivo
histórico-nacional de documentos, por ella formado a tanta costa, sin haber
logrado publicar, por la penuria de recursos, sino el tomo I del Índice de
documentos, que salió a luz en 1861, en un tomo de 450 páginas, y contiene los
documentos relativos a los monasterios de Nuestra Señora de la Vid y San Millán
de la Cogolla.
Acerca
de los motivos por que la Academia de la Historia hubo de abandonar su querido
archivo, con harto olor y disgusto suyo, debo ser muy parco. Baste que sepa el
público que ese archivo, aunque está en el edificio mismo donde la Academia
tiene sus libros, papeles, documentos, colecciones, monetario y museo, no es ya
de la Academia, y que ni aun se ha dejado a esta la inspección, que se le ofreció
cuando se devolvió al gobierno.
Sic vos nom vobis..
Sic vos nom vobis…
Los
trabajos de la Academia merecían, en verdad, alguna más consideración del
anterior gobierno, pues no culpo de esta desatención enteramente al gobierno
provisional. No juzgo por pasión ni por espíritu de partido, pues no pertenezco
a ninguno, y amo mi independencia más que todo: por ese motivo culpo a las
administraciones pasadas de aquello en que faltaron.
En
vista de lo dicho, se podrá formar opinión acerca de la importancia que se deba
dar a ese preámbulo del decreto de 1.° de enero, escrito con hiel, y en el cual
se echan en cara a los cabildos eclesiásticos los robos y defraudaciones hechas
en los archivos civiles. ¡Pues qué! ¿acaso esos papeles procedentes de los
archivos eclesiásticos de Aragón, comprados por 1,000 rs., estaban guardados en
el archivo de ninguna iglesia catedral?
¡Pues
qué! los de la Inquisición, de que tanto
se habló, ¿no estuvieron en poder de seglares hasta que se llevaron a la
Audiencia?
¡Pues
qué! los de casi todas las colegiatas, no estaban incautados y en poder de los
empleados de Hacienda.
¡Pues
qué! las coleccioncillas de autógrafos de Reyes personajes célebres de Aragón,
que se han vendido en Zaragoza y en Madrid por 1.000 reales, y hasta por una onza
de oro, en época no muy remota, ¿no se formaban, según se decía, en archivos
civiles no históricos de aquella Corona, en que ninguna participación tenía el
clero?
¡Pues
qué! ¿no fueron estas quejas sobre el mal estado de los archivos civiles de Aragón,
y lo que se decía sobre ellos por Madrid, y las reclamaciones hechas por el
autor de estos artículos en la junta consultiva de archivos, Bibliotecas y
Museos, las que decidieron a esta a delegarle para hacer los trabajos
preparatorios, a fin de crear el archivo histórico de Aragón? Pero dejemos aquí
este asunto para echar una ojeada sobre el estado de los archivos civiles en
España.
VICENTE
DE LA FUENTE.
(1) Discurso
leído en la Real academia de la Historia por su director el Excmo. Sr. D. Luis
Lopez Ballesteros, al concluir el trienio de su dirección, en 1852: pag.16
(2)Discurso
citado , pag.17
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