domingo, 9 de noviembre de 2025

El kiosco de la Plaza del Sol

 

El kiosco de la Plaza del Sol: una historia de iniciativa y consenso (Estadilla, 1936)

    En la primavera de 1936, cuando la vida cotidiana en Estadilla se desenvolvía entre el bullicio del mercado, las conversaciones en la plaza y el ritmo pausado del campo, un vecino llamado Mariano Olivera tuvo una idea sencilla pero visionaria: instalar un kiosco en la Plaza del Sol.

    Su propuesta llegó al Ayuntamiento el 28 de mayo de 1936. Los concejales la escucharon con atención. No era un asunto menor: ocupar un espacio público significaba reorganizar la vida en el corazón del pueblo. Tras analizar la solicitud y revisar las ordenanzas, el consistorio decidió, por unanimidad, concederle el permiso… pero con condiciones muy claras.

    El kiosco podría levantarse, sí, pero en el lugar que el municipio determinara, y sería móvil, por si algún día la plaza necesitaba una reforma. Además, Mariano tendría que pagar los arbitrios municipales y la contribución industrial, como cualquier otro vecino. El Ayuntamiento también dejó claro que no podía subvencionarlo, para evitar precedentes que pusieran en riesgo el dinero público. La construcción sería, pues, por su cuenta y riesgo.

    Pocos días después, el 4 de junio de 1936, el Ayuntamiento volvió a reunirse. Se discutió nuevamente el tema —con el mismo tono sereno y práctico de los pueblos pequeños— y se fijaron los detalles definitivos.

    El kiosco se colocaría frente al horno de la Plaza del Sol, con una cuota anual de 25 pesetas por ocupación del espacio. Y se dejó constancia de algo importante: cuando llegara el día de reformar la plaza, el kiosco tendría que moverse a otro rincón del mismo lugar, siguiendo las indicaciones municipales.

    Detrás de aquellos acuerdos escritos con tinta y formalidad se esconde una historia muy humana: la de un vecino emprendedor que quiso aportar vida y servicio a su pueblo, y la de un Ayuntamiento que supo equilibrar la iniciativa privada con el bien común.

    El kiosco de Mariano Olivera —movible, modesto, pero cargado de significado— fue mucho más que un puesto de venta: fue un símbolo de colaboración, civismo y respeto por el espacio compartido.

    Casi noventa años después, al pasar por la Plaza del Sol, cuesta no imaginar aquel pequeño kiosco de madera, tal vez con periódicos, dulces o refrescos, y a su dueño saludando a cada vecino por su nombre.

    Una escena cotidiana que, gracias a las actas municipales de 1936, sigue viva en la memoria escrita de Estadilla.


Imagen de I.A. + creacion propia




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