Todo el misterio oculto en el “Jardin natural
de Hesperides de Estadilla” salió a la luz cuando un periodista quiso pasear
por los baños de la señora baronesa de Menglana y se encontró un paraíso nunca
mejor explicado.
Ahora podemos entender como Bernabé Romeo
Belloc escribió “España griega (ni árabe ni latina)” en 1894, seguramente las
ideas de aquel libro, salieran una tarde sentado en el banco de los baños,
descubriendo el entorno del mismo y susurrándole al oído las diosas Hesperides
o el incluso Batilo
Llegaba una noche de agosto de 1880…..
Cerraba el
horizonte la alta sierra de Guara, y más lejos, como negra cortina, como sombra
espesa y desigual, el Pirineo abrupto, imponente, señalaba el límite de aquella
región que fue todo el mundo de nuestros años primeros, y toda la creación en
los ensueños nacientes de nuestra fantasía.
El viento silbaba
en los olivares, la luna dibujaba con los reflejos de misteriosa luz las
sombras del ciprés, del álamo, del sauce y del almendro, y el suelo parecía
adornado con todas las flores del jardín, todas las galas del campo y toda la
poesía de una vegetación frondosa, una noche de verano y un cielo limpio,
sereno, consolador, ideal.
El Cinca despedía
las brisas de su corriente precipitada, las flores silvestres y las plantas
aromáticas del monte en perfume y su esencia, y no se oía más ruido que el
ruido del silencio, la música de la naturaleza, esa paradoja sublime que tiene
cien lenguas, comunicación del espíritu con la tierra madre, que en su regazo
nos forma al abrir nuestros ojos y a su seno volvemos cuando llega aquel día,
el último en la satisfacción de los deseos y el primero en la vida de las
esperanzas.
A la voz de un
pescador de anzuelo cebado, y zurrón repleto, subimos a la barca, y lenta y
pausadamente cruzamos el rio y nos internamos por la senda pedregosa, en pacíficas
y perezosas cabalgaduras montados.
Por fin nos vimos
en el término del viaje, y entramos en Estadilla, pueblo señorial, de
castillo y torreón, a la antigua edificado y a la moderna ruinoso, empezando
las ruinas por la iglesia, poblado de casas de solar, escudos de piedras,
recuerdos de tradición y gentes de alcurnia que confunden y enlazan a su
condición y trato cortesanos la altivez heredada que da el convencimiento del
propio calor, y la afable distinción que deja en las almas bien nacidas esta
confusión igualitaria de la época en que vivimos.
Cenamos dos veces
bien. Quiero decir que cenamos en calidad hasta el sibaritismo y en cantidad
hasta la indigestión.
Nos alojamos en
ventiladas y confortables habitaciones y nos dormimos soñando.
¡Soñando a
doscientos leguas del ruido de Madrid, soñando sobre un rio caudaloso y en un
monte fertilísimo, soñando sin política y sin periódicos…soñando ¡.
Hay un sueño
eterno que se llama el sueño de la muerte.
Aquel fue el sueño
de la vida, porque fue un sueño.
¡Duro tan poco!
****
Eos despertó la Inz..
Por un camino
curvo, accidentado y estrecho, descendimos al valle donde se levanta la casa
de baños de estilo ojival. Bebimos el agua milagros que sana la
piel, limpia los poros, depura la sangre y conforta el estómago.
Recorrimos las
amplias habitaciones del establecimiento, los depósitos magníficos, las celdas,
las pilas, los jardines, las fuentes, todo escondido en ameno oasis, rodeado
de guindos y avellanos, alfombrado de parterres con rosas de Hungría y de la
Arabia, perfumado por el jazmín y la azucena, bañado en ambiente primaveral, y
cerrado a los vientos de la sierra y a los rayos del sol por los olmos apiñados
y los espesos sauces.
Pintura de Frederic Leighton 1892 |
Allí debieron
correr los faunos sus aventuras; allí debieron germinar como en vivero las
plantas que prestaron su belleza al jardín de las Hesperides; allí soñaron los
poetas de la primera edad; por aquellas sendas discurrieron Batilos y Amarilis; y la ambrosia se
ha licuado en el almendruco sabrosísimo, y el néctar ha tomado el sulfur , y
aquella dulce bebida de los dioses es hoy el bálsamo de los herpéticos, y el
rocío que desbasta la piel devolviendo al cutis enfermo la blancura y el brillo
de los mofletes mantecosos y abofeteables.
El valle parece
abierto en una turquesa de proporciones colosales porque rodean aquel paraíso todos
los matices del verde; la manzana, el botella, el mar y el esmeralda.
Los rayos del sol
se descomponen en color azulado, y fuera de aquel recinto todo el cielo es
azul, toda la luz es del color del cielo; la espléndida luz del mediodía y la
dulce y amorosa luz de los ojos azules.
Los ríos y las
montañas dan sombra y frescura, y el sol no quema en aquellas regiones de
temperatura nivelada, ni ardiente jamás, ni seca, ni fría.
Por eso allí no
son negros los ojos de las niñas. Son abiertos, rasgados, muy grandes, muy
serenos. La pupila dilatadísima, no es un círculo de relieve, es un resplandor
del alma, un reflejo desvanecido como aquella luz increada que pinto Murillo en
los ojos de las vírgenes. Las cejas de oro arqueadas y el parpado caído,
sombrean con largas pestañas las mejillas de nieve, y cuando aquellos ojos
azules amanecen se abren, no despiden la mirada que soñó el poeta, no son el
amanecer de una aspiración santa y pura, son algo más, mucho más, son como un
rompimiento de gloria, como una decoración del cielo.
Copia del cuadro de Murillo,
pintado por mi abuelas
En este afán que
alentamos por la más acabada perfección, en este culto que rendimos a las
bellezas de primera jerarquía, aparece siempre la mujer como el ideal.
Y no lo dudéis.
Lo mejor de los
baños son las bañistas.
***
La esperanza es
una felicidad que no llega jamás.
El recuerdo es la
huella de una satisfacción que jamás se olvida.
Y al callar los
muchos que guardo por necesidad que me crean el espacio y el tiempo, permitid
que repita la última frase de despedida a la aristocrática dama a quien tantas
distinciones debo tan dichosa hospitalidad agradecí, , y cuyo nombre reservo
porque no estoy para escribirlo autorizado.
-
Adiós, la dije, y ya estoy pensando en la vuelta…
Porque cuanto es
más dolorosa la partida, despierta más viva y tentadora la esperanza del
regreso.
VIERNES.
Texto y artículos del autor VIERNES publicado
el dia 23 de agosto de 1880 en el periódico “El corresponsal de España”
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